Buenas noches compañeros/as, ésta semana que entra
es la última en la que tendremos que examinarnos (al menos por el momento) y a
día de hoy y después de llevar toda una vida, desde el colegio, haciendo exámenes
me sigo preguntando: ¿Por qué nos provoca un miedo tan extremo el hecho de
examinarnos? Pues bien os confieso que yo retengo mejor la información cuando
no me examinan de ésta, porque trato de comprender las cosas y no de
memorizarlas, por tanto mi interés real sobre los conocimientos aumentan. Creo
que desde pequeños tratan de acostumbrarnos a la presión, el agobio, las calificaciones
numéricas y el hecho de poner un número al esfuerzo realizado durante todo un
curso, mediante una prueba escrita en la cual no plasmamos ni el 20% de lo que
hemos aprendido.
Pienso que realmente los exámenes me dan auténtica
fobia. El protocolo de; entrar en el aula, separar las mesas, mantener el
silencio, tener una hoja y mirar solo hacia ésta, hace que mi inseguridad
aumente hasta el punto de que me suden y tiemblen las manos, que tenga ganas de vomitar o que
me olvide de todo lo que me sabía una hora antes de entrar en el aula.
Este tipo de enseñanza “prehistórica” me parece totalmente
fuera de lugar, ya que durante el curso todos los profesores nos hablan de la motivación
que debemos transmitir a nuestros futuros alumnos y que debemos respetarles y
tratar de no calificar su esfuerzo con un absurdo número, pero llegada la hora
de la verdad ellos siguen poniéndonos esos exámenes que nos hacen pasar meses
de estrés y de replantearnos muchas cosas.
He visto a gente “quedarse en el
camino” y no lograr terminar el instituto o la universidad porque sus nervios
les traicionaban a la hora de examinarse, a pesar de ser, personas con ganas de
aprender y comprender cada asignatura. Esto último me parece realmente triste,
pues en muchas ocasiones, los exámenes los aprueban aquellas personas que sí
que se desenvuelven bien ante el tipo test, por ejemplo, o que con leerlo una
vez ya son capaces de plasmarlo, aunque tras el examen se les olvide.
No sé porque nos cuestionamos el porqué del fracaso escolar o a la frustración, por no hablar del famoso TDH (en mi opinión
inexistente), si ya desde primaria a los niños les hacen sentir más o menos
listos en función de cómo les salgan los exámenes, haciendo que su nivel de
estrés sea constante y que su autoestima disminuya y el miedo aumente. Por otro
lado están los padres, exigentes como los que más con respecto a las
calificaciones numéricas de sus hijos, sin darse cuenta de que atosigando de
esa manera solo consiguen que el niño no se sienta valorado o se crea que es
torpe o menos listo. Todo parece una cadena de montaje, en la que como siempre
las emociones han de quedar fuera, y es ahí donde brilla por su ausencia la
calidad humana. No entiendo en que momento nos hemos vuelto tan “locos” con el
tema de las calificaciones, como hemos podido llegar a pensar que el esfuerzo,
la perseverancia o la inteligencia se mide dentro de unos parámetros del uno al
diez, sin tener en cuenta todo lo que rodea a esa adquisición de conocimientos y sin incentivar lo más mínimo un interés real por aprender.
En un “democrático” S.XXI seguimos utilizando una
vara de medir desmesurada y antiquísima, tratando de crear niños tipo y robando la inocencia
y la infancia a todos aquellos niños que se sienten menos listos por tener
menos calificación. Seguimos centrándonos en “¿Qué has sacado?” en vez de “¿Qué
has aprendido?”, quitando valor a lo que debería representar la escuela (templo
de saber y de las oportunidades de
descubrir), tal vez algún día introduzcamos las emociones en el aula, desde
infantil, y dejemos de un lado las calificaciones numéricas y los densos y duros
exámenes, que tanta frustración generan.
Cristina Díaz Pescador
Cristina, estoy muy de acuerdo y lo más tremendo es justamente esta contradicción en el sistema, lo que se dice que es bueno y lo que se hace luego
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